28 diciembre 2008

Mente en Blanco


Hace algunos años atrás, me bastaban sólo unos pocos preparativos para escribir: un lugar cómodo, un cuaderno y un lápiz. Nada más. Ahora, en cambio, cuando me dan ganas de escribir, me siento frente al computador (ahora estoy más moderna), y prácticamente le tengo que pedir por favor a mi cerebro, para que piense en algo interesante; y como se aprecia por estas líneas... nada se le ocurre.

Me pregunto a que se debe la falta de ideas, o la falta de palabras. ¿Pérdida de curiosidad juvenil?. ¿Pérdida de mi capacidad artística? O, tal vez muchos años fuera del colegio, en donde estaba constantemente escribiendo: cuentos, ensayos, cartas y demases. ¿O será que las palabras son limitadas, y ya gasté todas las mías?.

Porque pensándolo bien, ¿sobre que puedo escribir?. ¿Sobre mi?. No. Muy aburrido, y probablemente poco interesante. ¿Sobre lo que pienso?. Probablemente sea una mejor opción pero en vacaciones no pienso mucho y durante el año sólo puedo pensar acerca de cosas de la universidad. Es como si hubiera colgado mi cerebro, o lo hubiera guardado en una caja fuerte, pero ahora no lo puedo recuperar. Pero es de esas cajas fuerte con contraseña, de manera que en algún momento podré extraer mi cerebro lleno de ideas, como ha estado siempre. Y tal vez, sólo tal vez, volver a llenar cuadernos enteros.

Ya he escrito tres párrafos y aún no se que escribir. Es curioso, pero estoy escribiendo sobre el no poder escribir. Escribo sobre no tener nada que escribir. Parece una contradicción de las peores, porque aunque no tenga qué escribir escribo igual. Me pregunto como lo harán los grandes escritores de novelas, de esos (como el maestro Stephen King), que escriben un libro, y bueno, al año. ¿Será que tienen ellos todas las ideas?. Será que éstas han sido repartidas en algún momento, y a mi me tocó un número limitado?

Me hace falta detenerme a pensar, mirar a mi entorno. Me hace falta reactivar mi creatividad, perdida entre tanto estudio, tanta rutina, tanta rapidez. No encuentro el tiempo para detenerme y reflexionar sobre lo que sucede a mi alrededor. Porque el reflexionar no es algo netamente productivo. Pero de cierta manera lo estoy haciendo ahora, de alguna manera recuerdo los primeros tres dígitos de la contraseña de la caja fuerte, pero ¿recordaré el resto?.

Me acuerdo que, si bien mi inclinación es más bien científica y no humanista, esta última rama siempre me ha resultado relativamente sencilla. Y es que me encanta leer, y escribir. En el colegio, uno de mis ramos favoritos era lenguaje. Pero básicamente por la forma en que me enseñaban. Me acuerdo que el libro de texto, eran puras historias. Era leer, leer y leer. Y las pruebas consistían en ensayos acerca de lo que habíamos entendido del libro. Nada mejor para mi. Leía el enunciado, agarraba el lápiz y listo; se escribía sólo. Casi como si hubiera un pequeño duende dentro de mi oído dictándomelo todo. Eso perdí. A mi duende. Ya no tengo la capacidad de tomar un lápiz (el teclado en este caso) y sentarme a escribir, casi sin pensar lo que estoy haciendo. Casi de forma mecánica, casi como si mi mano se moviera sola.

Espero recuperar a mi pequeño duendecito, aquel que me dicta cuentos, pensamientos, secretos, inventos. Aquel que me permite rescatar párrafos de libros, marcarlos y después atesorarlos en mi memoria. Aquel que me permite llenar mis cuadernos de letras de canciones, de pequeños poemas, y de frases.

Aquel que se llevó mi creatividad. Pero no completamente.



No hay comentarios.: